Esta era una historia para un concurso pero no llegue a terminarla para las fechas.
Géneros: Acción,drama, horror, romantico.
Recomiendacion para mayores de 18.
Advertencias: Lemon, muerte de un personaje, tortura, violación y gore.
Publicado el 15/11/10
Primera editación: 04/11/11
-Empezaras este viernes.-
Con esta oración se cerro mi “contrato de palabra”, ya que no estaba por escrito, como trabajador y mi inicio en la vivencia más aterradora y sorprendente de mi vida.
Estudiaba en el instituto, estaba en mi último año antes de ir a la universidad aunque aun no tenía muy claro que es lo que quería hacer luego.
Mi nuevo trabajo consistiría en vaciar todos los cubos de basura del instituto los viernes por la noche, cuando todas las asistentas ya habían terminado de limpiar, es decir, a las once y media o por allí. Era un trabajo demasiado fácil y rápido como para que yo mismo le pudiera definir como trabajo pero me daba el suficiente dinero como para poder pagarme los billetes de tren o algún que otro capricho.
El instituto me quedaba cerca de casa, podía ir andando tranquilamente siempre y cuando no me olvidase y se me pasase la hora,como me paso en mi primer día de faena, andaba en el ordenador cuando ya eran casi las doce.
Suspire y me levante estirando mis brazos y piernas, tome las llaves que me dieron para abrir la puerta principal. Solo tenía que coger las bolsas grandes de basura y activar la alarma para todo el fin de semana. La alarma se encontraba al lado de secretaria, para activarla solo tenía que abrir una tapa y pulsar un botón, en concreto uno que ponía salir.
Me encontraba delante de la gran puerta de barrotes de metal, a dentro del instituto se veía muy oscuro, totalmente sombrío. Muchas veces había pensado que sería interesante o incluso excitante poder entrar y pasar un rato en ese lugar que tanto conocía de día, pero que de noche, parecía un sitio completamente distinto. La oscuridad lo trasformaba totalmente.
Eche la llave al cerrojo, falle, la puse al revés, esa farola no ayudaba para nada. Gire la llave, esta vez atinando y encajandola hasta el fondo, la gire un par de veces y luego empuje la puerta haciendo un inmenso ruido de metal oxidado el cual, con la compañía de los perros de las casas de los alrededores hacían que mis pelos se pusieran de punta, nunca me habían gustado ese tipo de sonidos. Enseguida localice los cubos grandes y negros llenos de la basura de toda la semana, estos estaban al lado de la puerta, por eso los había visto tan fácilmente. Aguantando la respiración hice un nudo en la gran bolsa y la saque de dentro, hice lo mismo con la segunda, las lleve a fuera, podría haber dejado este pequeño trabajo para el final pero la alarma solo te dejaba un limite de tiempo para poder salir del sitio sin que esta se activara y sonara.
Camine pocos metros antes de entrar en el edificio, alce levemente mi vista para observarlo: todas las ventanas estaban cerradas, algunas de ellas tenían las persianas bajadas, otras no. El viento soplaba con bastante fuerza haciendo que una pequeña partícula de polvo entrara en mi ojo provocando que lo cerrara al instante, me lo frote y entonces cuando el escozor se fue, sin ganas de perder más tiempo, saque de mi bolsillo mi móvil, había olvidado la linterna que me dijeron que llevara. La luz era muy tenue y débil pero la suficiente para poder ver la cuadricula con los botones.
Estaba a medio camino cuando de repente me pareció escuchar un gemido. Mi corazón se acelero provocándome un leve pinchazo en el pecho, inconscientemente mire a mi alrededor empezando a pensar que había causado o sido ese sonido. Entonces me acorde de la puerta y el viento, un chirrido, solo eso. Suspire y seguí.
-Basta...-
Una débil y casi insonora voz me dejo helado haciendo que parara de nuevo mis pasos. En verdad no creía que este tipo de cosas me afectaran tanto pero así era. Trague saliva y seguí ignorando lo que creía que había sido una suplica de algo.
Nunca antes se me había hecho tan largo el pasillo hacía secretaría. La nítida luz de la luna hacia que las sombras de las ramas de los arboles que rodeaban el recinto aparecieran y desaparecieran, mis ojos se estaban volviendo locos.
-No más...-
Mi respiración se acelero. Delante de mi, trasparentes, dos formas humanas juntísimas se habían materializado. Con los ojos totalmente abiertos. Inmóvil sin poder exhalar el aire que había tomado la primera vez que los había visto, incrédulo me fije en lo que tenía delante de mi.
-Ayudame...-
Una dulce y dolorosa voz que provenía de una salivosa boca de piñón, de labios mortecinos y violáceos me miraba con sus grandes y verdes ojos, también rojos de tanto llorar.
-Por favor...-
Seguía diciéndome mientras yo lo observaba viendo como se encontraba completamente desnudo, su piel era tan blanca como la mismísima nieve y su pelo corto con pequeños rizos castaños, casi rubios, levemente deshilachados por el sudor que cubría su cuerpo adornaban su rostro. Pequeñas y repetidas manchas rojizas llenaban su cuerpo, sin contar los arañados y moratones alrededor de sus muñecas. Estaba arrodillado y se aguantaba como podía apoyando sus manos al suelo. Su cuerpo se movía hacia delante y adentras y extrañamente de su hombro caían gotas de sangre que se diluían hasta formar pequeños ríos rojos que bajaban por sus brazos, a medida que iba subiendo podía entender de donde procedían. Un hombre encima de él lo estaba embistiendo, pero eso no es lo que más me sorprendía sino que su cara estaba deformada, partida casi por la mitad, sin barbilla provocando que los pocos y negros dientes que le quedaban y un trozo de lengua se salieran. Todos acompañado con gotas de sangre, era bastante más grande que ese chico.
Pálido como una hoja de papel, sin poder dejar de ver esa escena iba retrocediendo pudiendo ver como el chico de ojos esmeralda tiraba una mano hacia delante mirándome directamente.
-¡No te vayas!-
Demasiado tarde, salí corriendo de mi propia escuela con lagrimas de terror en los ojos. Al intentar abrir la puerta no pude, estaba cerrada a pesar de que yo la había dejado abierta.
Horrorizado, podía escuchar como esos gemidos y sonidos de cuerpos chocándose se estuvieran acercando a mi, envuelto en pánico intente buscar la llave para abrir esa puerta pero mis manos temblaban demasiado y no veía nada por las lagrimas y polvo en los ojos.
-¡Joder!-
Grite sin poder reprimir más mi miedo, era como si los tuviera al lado,casi podía sentir sus respiraciones en mi nuca, húmedas y calientes, así que sin poder aguantar más eso, con todas mis fuerzas, salté agarrándome de los barrotes y tirándome al suelo cayendo casi de rodillas al granuloso asfalto de la calle. Salí corriendo de allí abandonandolo todo como lo había dejando antes de entrar en mi instituto.
Choque contra la puerta de vidrio de mi casa ensuciandola de mi propia sangre. Grite con fuerza vomitando al instante. Mi madre bajó corriendo y al verme de esa manera me miro enfadada.
-¿!Ya empiezas beber y aun no estamos en sábado!?-
Me tomo del brazo arrastrándome hacia dentro de casa como si fuera un borracho. Me había quedado sin habla por lo sucedido y por el grito que había pegado, nunca había forzado tanto el cuello y gruñido de esa manera.
Mi madre me obligo a acostarme aunque esa noche no pude conciliar el sueño hasta al cabo de muchas horas. De alguna forma no podía quitarme de la cabeza los gritos de auxilio de aquel chico y la maldita y asquerosa escena.
A la mañana siguiente seguía dormido cuando mi madre vino a despertarme totalmente furiosa.
-¡¿Qué has hecho que el encargado de mantenimiento ha venido a hablar contigo?!-
Me grito al mismo momento que entraba en mi habitación. Yo solo pude exaltarme de tal manera que casi me meé encima. La mire con horror aun sin entendiendo que le pasaba.
Me devolvió la mirada intentándome hacer entender que no tenía remedio.
-Vas hecho un desastre pero ve a bajo que ese hombre te esta esperando, no ha querido entrar.-
Un escalofrío recorrió mi espalda. Ya sabía porque había venido. Baje lentamente las escaleras sin poder evitar recordar lo sucedido al día anterior. Me hubiera golpeado para intentar olvidalo pero no era momento para eso.
El hombre se esperaba apoyado en la pared del edificio,llevaba el mono de trabajo. Salí para llamarle la atención. Cuando me miro parecía algo decepcionado.
-Bueno, supongo que ya sabes porque estoy aquí ¿no?-
-Supongo...-
Susurré.
-Esta mañana me he pasado por el instituto para ver que tal lo habías hecho y me he encontrado la basura tirada por el suelo,la puerta abierta y la alarma desconectada.-
Me miraba esperando una excusa de mi parte pero en verdad no podía decir que había salido corriendo por culpa de unos fantasmas.
-¿Y bien?-
-No tengo excusa.-
Baje la cabeza avergonzado.
-¿Entonces me darías las llaves que te preste?-
Eso era una despedida. Asentí con la cabeza y pensé donde las tenía, aun no me había cambiado de ropa así que estaban en mi bolsillo. Se las di.
-Adiós.-
El hombre las cogió y se fue, simplemente suspire y totalmente abatido por todo volví a entrar, me faltaba la discusión con mi madre al darle la noticia de que volvía a estar en el paro.
Los días pasaban y mi vida poco a poco volvía a la normalidad. Mi madre ya no estaba tan enfadada y ya no me daba miedo ir al instituto de día aunque seguía sin poder salir solo de noche por la calle y lo peor de todo era que esos sonidos,esas escenas no las podía olvidar ni tampoco sus rostros, el rostro de ese muchacho que ni siquiera sabía si existió o no y el de ese hombre. Quería olvidar pero no podía.
Empece a tener una única pesadilla en la cual aparecía el chico de piel blanca , me pedía ayuda e intentaba tomarme de la mano, yo solo me apartaba mirándole con miedo y asco al ver su cuerpo demacrado y desnudo, lleno de sangre y sucio de todas las corridas de esa bestia. Le hacía llorar. Luego ese hombre de mirada loca y sonrisa negra lo rodeaba con sus sucios y ensangrentados brazos llevándoselo a las profundidades de la oscuridad de ese sueño volviendo a empezar con ese ritual que era su violación. Siempre me despertaba con las manos frías, las mejillas húmedas y mi mandíbula adolorida de tanto apretar los dientes en estigmas de nerviosismo por el miedo.
Podría haber ido al psicólogo, hasta me lo recomendaron, pero me negué. A medida que soñaba sobre ese pobre chico iba sintiendo que yo era su única salida, la única persona que tenía a pesar de que siempre lo rechazase, cada vez soñaba más seguido llegando a un momento en que su aspecto y situación se hicieron soportables.
La noche en que tome su mano por primera vez le vi sonreír a pesar de que todo su cuerpo gritaba dolor y temor. Su mano estaba helada, era cadavérica, sus dedos muy finos y su piel, aunque no lo pareciera sorprendentemente suave. Le mire con temor pero a la vez tranquilidad, quería que entendiera que no estaba solo y que yo estaba allí. Vi como sus labios temblaron y al intentar entreabrirlos él apareció de nuevo pero esta vez no adentras del chico sino adentras de mi. Sus ojos esmeralda se enturbiaron y una lagrima cayo encima de nuestras manos entrelazadas. A la vez que sentía esa humedad noté como sobre mi cuello y hombros empezaba a caer algo viscoso y frío. Al virar los ojos vi que era sangre, no tuve tiempo de girarme cuando su mano me tomo por la cabeza levantándome, haciéndome sentir ese olor putrefacto y la viscosidad de la muerte de sus carnes podridas. Grite, pude notar como apretaba, había dolor, mucho dolor, demasiado para lo que me hacía, extrañado puse mis manos alrededor de las suyas para intentar moverlas, entreabrí mis ojos y le mire. Misteriosamente su cara se estaba recomponiendo y regenerando, dando a conocer a un hombre de unos 40 años para arriba, medio calvo y con la piel muy pálida, lo único que no cambiaba era esa mirada de loco pero eso no fue todo, el ambiente también empezó a cambiar desapareciendo esa oscuridad para convertirse en el instituto y delante mio tambien aparecía ese chico vestido con uniforme y una mochila, se veía tímido, estaba solo, no, mentira, más atrás estaba ese mismo hombre que me rodeaba por la cabeza, pasando la escoba por el suelo, le miraba profundamente hasta que el chico rubio desapareció por una de los pasillos.
Era un sueño, desperté de golpe, agitado tocando mi rostro para comprobar que en verdad eso había sido una pesadilla más aunque desde ese día pude comprar que no era así. Estaba sucio de sangre y con la cara amoratada.
Comprendí que todas esas pesadillas habían sido en verdad sucesos reales y que ese chico me estaba pidiendo ayuda. Yo ya no se la podía negar.
Quise saber más con lo que investigué. Y entonces mis dudas aumentaron. Octavio J. G. , el asistente de limpieza se había encontrado muerto a causa de un disparo en el gaznate provocado por él mismo. Se había suicidado. Ese periódico antiguo decía que se había matado por la culpa de haber violado hasta la muerte a un chico. Pero no tenía sentido ya que,aun ahora, seguía haciendo lo mismo. Su obsesión por Albert Doyle, alumno de intercambio, no había terminado y decidió seguirlo a pesar de que la muerte los había separado. Se había matado para seguir acosándolo después de la vida. Eso era lo único que se me ocurría sabiendo todo lo que sabía. Yo era el único que en verdad conocía lo que había pasado y lo que aun estaba sufriendo el pobre Albert. Empece a llorar en medio de la biblioteca dejando caer ese viejo papel al suelo. Como me hubiera gustado romperlo y con ello haber acabado con todo, como con un maleficio pero eso por desgracia, no sería así.
Después de eso volví a mi casa y me encerré en mi habitación. ¿Qué podía hacer para ayudarlo? Tenía que liberarlo de ese hombre. Su alma tenía que descansar de una vez por todas. Su ojos se veían tan cansados.
Me apoye en mi escritorio de manera que mi cabeza quedara encima de mis brazos, completamente relajado. Acabe durmiéndome.
Empece a soñar otra vez. Se sentía cálido aunque todo estaba oscuro. De pronto un suspiro me inquieto, rompió esa calidez volviendo la oscuridad agradable con algo perturbable.
-Soy yo.-
Como un pequeño y dañado pájaro la voz de Albert se escuchó en la nada. Sentí sus brazos rodearme por detrás. Me abrazaba muy cuidadosamente, tenía miedo de ser rechazado.
-Albert...-
Susurre acariciando esas frías manos, dándoles ese calor que hacía tiempo que habían perdido.
-Te ayudare Albert.-
Sollozó aferrándose más a mi, apoyando su cabeza en mi espalda. Lo hacía silenciosamente. Podía sentir en sus lagrimas, brazos temblorosos y su agradecimiento.
Sonreí. Feliz de haberle podido decir esas palabras y deseando haberle podido dar algo de esperanza. De repente sentí la necesidad de abrazarle aunque una voz lejana me estaba despertando.
-Ton... ¿Que haces durmiendo en el escritorio?....¡Levanta!-
-A...adiós..-
Susurró con ese acento levemente ingles dejándome ir. Desperté.
Mire con desgano a mi madre. Hacía tanto tiempo que no tenía un “buen sueño”.
-¿Qué?-
Dijo molesta. No entendía mi enfado, no acostumbraba a molestarme que me despertasen.
-Nada...-
Me levemente y la mire esperando a que se fuese. Entendiéndolo no tardo en marcharse y dejarme solo en mi habitación.
A partir de ese día dejé de lado los estudios y me sumergí en el mundo del ocultismo y los fantasmas. Tenía que averiguar como poder acabar con ese ser,fuese como fuese, costasen las horas que constasen.
Leí muchos libros: Especializados, de aficionados, hasta historias ficticias. Pero ninguno me daba la solución de como acabar con un espectro que atormentaba a otro espectro. Uno no podía luchar si estaba en un mundo distinto al de su adversario. Y esa era la verdad. Yo estaba vivo y ellos muertos. Ese hecho hacía que mis ganas de continuar disminuyeran pero cuando pensaba en Albert sentía que por nada del mundo, aunque él estuviera muerto, le podía abandonar. Muchas otras noches se me había aparecido en sueños y me había hechizado en ellos con sus ojos y sonrisa, aunque esta estuviera rota. Cuantas veces ese violador me lo había arrebatado de mis brazos y obligados ver como lo tomaba a la fuerza,cada vez más feroz,cada vez más duro. Ser observado se había convertido en una especie de fetiche para ese monstruo, el poder de hacerme ver que únicamente él era suyo le excitaba más. Yo me había convertido en una pieza más de sus atrocidades, a pesar de que no quisiera y Albert me implorara entre gritos de dolor que no mirara no lo iba a abandonar. Aunque a él y a mi nos doliera en lo mas profundo del alma. Sus cuerpos unidos y sucios de esa sangre ya negra de maldad y putrefacción.
Siempre terminaba con el rostro húmedo de lagrimas.
Definitivamente no podía aguantar más aquello. Albert tenía que ser libre. Deseaba su paz. Ya que yo...
Con la mínima experiencia a pesar de mi devoración compulsiva de todos aquellos libros y con el corazón en el puño me fui al instituto de noche.
Eran las 11 y media y con temor miraba aquel lugar. Había leído que las 12 era una buena hora par los espíritus. Conmigo llevaba un libro de “conjuros” los cuales más que nada me daban de coraje y apoyo moral. Para utilizarlos se necesitaban un montón de cosas que yo no tenía.
Puse mi mano en el frío hierro de la puerta.
-Albert, estoy aquí.-
Susurre mientras miraba a mi alrededor. Como la primera noche, delante del instituto todo estaba en calma ya que aun los perros no habían empezado a ladrar. Pero hacía más frío y el cielo estaba completamente despejado dejando ver las estrellas más grandes, las cuales no eran tapadas por la contaminación de la ciudad. El viento soplaba haciendo que toda mi carne se volviera de gallina. Puse un pie encima de la verja y con todas mis fuerzas y habilidades empece a subir. Caí de pie al otro lado. Otra ráfaga de viento me traspaso, aunque tuve el reflejo de cerrar los ojos para que no entraran en mi ninguna partícula de tierra.
Haciendo crujir el suelo arenoso empece a caminar y colándome por una de esas ventanas bajas que siempre se dejaban abiertas entre en ese instituto encantado.
Era necesario ir donde todo había empezado. Según esa noticia de periódico el asesinato fue en uno de los pasillos interiores. Solo de pensar cuantas veces había pasado por allí y no tenía ni idea, me hacía sentir como un hipócrita.
Angustiado, mis pasos eran lentos y todos mis sentidos estaban alerta.
Escuche un golpe seco seguido de un grito. Corrí con todas mis fuerzas hacia ese pasadizo.
-¡Albert!-
Estaba tirado en el suelo rodeado por un charco de sangre que parecía emanar su cabeza, esta estaba en el suelo junto con su pecho y brazos, únicamente la parte trasera estaba levantada y el otro espectro estaba detrás de él embistiendo le con fuerza.
-¡Eso es lo que veras cada puta vez que vengas a molestarnos maldito entrometido!-
Grito roncamente, casi sin poder entenderlo por culpa de tener la boca desgarrada. -Nunca me vas a separar de él.- Siguió gimiendo.
Yo solo pude sentir asco y rabia.
-¡Eso te lo crees tu!-
Conteste aun con miedo. Y con las manos temblado saque de mi mochila un bote de sal gruesa y dibuje una cruz de manera que la parte mas corta apuntara hacia ellos. Según lo leído, los fantasmas le tenían respeto a aquello pero simplemente lo ignoro. Los gritos ahogados de Albert me estaban volviendo loco.
-Joder...-
Musite. Puse mis manos en la cabeza. No podía hacer nada contra alguien que se había quitado la vida con aquel propósito. Era invencible y nunca, en esas condiciones, podría ayudar a Alebert.
-¡Ton!-
Grito mientras su pequeño cuerpo se encorvaba al sentir como era rellenado por aquel ser, sin poder evitarlo él también se corrió. Bajo la mirada avergonzado.
-Lo siento...-
El barrendero, complacido no pudo hacer otra cosa que sonreír aumentando el sangrado.
-¡Bastardo de mierda!-
Corrí totalmente enfurecido hacia ellos e intente darle un puñetazo pero no sirvió de nada ya que lo atravesé perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo.
Albert intento arrastrarse hacía mi a pesar de lo que había pasado hacia segundos.
-Ton...-
Su helado dedo toco el mio y aunque este se adentrara dentro de él sentí algo.
-Ojala pudiera tocarte...-
Desee levantando la mirada para verle. No era suficiente poder hacerlo solo en sueños. Me arrastre un poco más hacia él.
-Lo siento tanto, no hay manera de que pueda ayudarte, perdoname.-
Solloce levantando levemente la mano para intentar acariciar su roja mejilla de sangre, aunque solo notaba el aire y un leve cosquilleo en mis dedos.
Y lo arrastro. Tiro de su pie llevándoselo y abrazándolo fuertemente.
-Es mio.-
Aclaro lamiendole la mejilla dejandosela aun más sucia. Albert intentaba aguantar como podía todo aquello, me miraba suplicando ayuda que por mas que lo intentara no conseguía dársela. Me levante y dando unos cojos pasos hacia ellos empece a hablar.
-¿No ves lo que le estas haciendo? ¡Dejale en paz!-
Sin prestarme la menor atención siguió con eso. No servia hablar con ese tipo de gente que solo veía lo que ellos querían. Ensuciaba su piel con sus manos y lengua. Frustrado fui en busca de mi mochila, quería recorrer al libro y buscando dentro me corte. A parte del libro dentro de la mochila llevaba una daga, una afilada y antigua daga que compre en una tienda de ocultismo. Según el vendedor, esta, servia para matar fantasmas. La empuñe y la dirigí hacía él.
Sus manos no paraban quietas, excitando el cuerpo del otro. No podía aguantar más.
-Vas a morir.-
Predique cegado por la rabia sin pensar en que él ya estaba muerto. Me acerque corriendo hacia el sujeto y suplique a los dioses y fuerzas del más allá que me ayudaran a acabar con semejante demonio. Por un momento pensé que funcionaría pero como la primera vez atravesé su cuerpo sin poder parar hasta toparme con la pared y dejar la larga daga clavada allí.
¿Si no podía con aquello que me quedaba? Deje caer mi peso en el arma de filo haciendo una marca vertical con ella aun clavada en la pared, quede arrodillado y entonces la saque.
-Ag...Ton...-
-Esto ya no tiene sentido.- Susurre. -No hay manera de que pueda ayudarte...- Desesperado y abatido me levante.
-Por..por lo que más quieras... ¡No me dejes!-
-...De esta manera.- No me dejo terminar la frase. Clave la daga en mi estomago. Gemí de dolor sintiendo el ardor de esa afilada hoja rascar y atravesar mi piel y órganos hasta lo más profundo de mi. Al cabo de unos segundos un vomito de sangre salio por mi boca, mis rodillas flaquearon y caí de lado, por suerte podía verle.
-Al..bert..-
-Ton, ¿¡que has hecho!?-
Vi como con todas sus fuerzas intentaba deshacer ese brutal agarre.
-Esperame por favor..-
Tosí respirando forzosamente, probando el sabor metálico de sangre en mi boca y el dolor agudo en mi estomago. La daga aun clavada en mi rascaba con la punta del mango el suelo haciendo un repetitivo sonido a causa de mis respiraciones. Mi vista se nublo hasta el punto que se volvió todo negro.
El grito de dolor de Albert. Pude oírlo en mis últimos momentos de vida y mis primeros de muerte. Me levante dejando mi cuerpo mortal atrás escuchando el goteo de mi sangre caer al suelo. Mire mi vientre encontrándome con la brillante y roja daga. Al fin y al cabo si que había tenido algo de especial Me había acompañado al mundo de los muertos. La saque dejando paso a un río de sangre, el cual no di importancia, y con pasos lentos fui acercándome al que era mi objetivo.
-Despídete de él hijo de puta.-
Clave la daga en su costado y la retorcí obligandolo a rugir de dolor y a la vez obligandolo a soltar a Albert dejandolo caer al suelo. Me miro con esos ojos inyectados en sangre e intento tomarme como esa primera vez por la cabeza, aunque no pudo porque de un movimiento le corte la mano.
Me miro incrédulo y volvió a gemir de dolor. El suelo de la escuela se estaba tiñendo de tonos oscuros y rojos.
-Nunca más vas a tocarle.-
Chute su mano antes de que se apoderara de ella y sin decir nada desapareció entre la oscuridad del recinto.
Mi respiración agitada por los nervios y todo lo pasado se iba tranquilizando por segundos. Con la manga de mi camiseta limpie mi cara llena de salpicones de sangre y mire a Albert, él también lo hacía. Sorprendido e incrédulo. Lloraba de esa manera, por mi.
Me acerque y arrodille delante de él.
-¿T-tu..has muerto por mi?-
¿No era obio? Mis sentimientos por él estaban a un punto que la muerte no era nada en comparación con lo que tenía que soportar viéndolo sufrir de esa manera. Mi vida había sido demasiada repetida, no tenía amigos ni tampoco aspiraciones, él había sido el único que le había dado una pincelada de color y se había convertido en mi razón de vivir. Que irónico era. Vivía por un muerto. Sin contestarle le abrace.
-Te dije que te ayudaría.-
Suspire complacido de poder tenerlo entre mis brazos. Su cuerpo era tan delicado y frágil que parecía que tuviera que romperse en mil pedazos.
-Ton..-
Correspondió mi abrazo.
-Por fin...-
No me importaba haber muerto, ni haber dejado mi familia atrás. Solo quería que él quedara libre. Y él ya era libre. Ya no tenía que hacer nada aquí. Tenía que irse.
Tome su rostro entre mis manos y le sonreí.
-Soy feliz de haberte podido ayudar.-
Mis manos empezaron a mojarse con sus lagrimas. Puso sus manos encima de las miás y me miro.
-Nunca te podre agradecer todo lo que has hecho por mi, Ton.-
Sus ojos verdes, brillantes y cristalinos seguían clavados en los míos, sus mejillas sonrosadas y redondas cuales manzanas me llevaban y hacían perder en un bosque perfumado por ese aroma a fruta del cual no me importaría no volver a salir pero eso solo eran sensaciones que desaparecerían como Albert.
Deslice mis manos hasta separarme de él.
-No pierdas mas tiempo en este mundo, ve donde tengas que ir y descansa.-
Desvié la mirada, eso era más duro de lo que podía parecer.
-Pero yo... yo quiero...¡ag!-
Se encorvo hacia atrás haciendo que me alertara. Esa mano amputada estaba tocando su trasero y de fondo la risa macabra de O.J.G se escuchaba aclarándonos que no había abandonado. Apareció ya completamente materializado detrás de él, otra vez con esa mano unida al cuerpo. Sus dedos estaban entrando en Albert.
-Nunca vas a acabar conmigo, nadie ni nada me va a separar de este ángel..-
-Te dije que no lo ibas a tocarl mas. ¿O es que no entiendes que ahora yo estoy aquí?-
Tome mi arma de muerte y se la clave en el medio del cuello desgarrando la carne podrida y oscilandolo hacia un lado hasta sacarlo de su cuerpo, casi decapitandolo. Esa sensación de atravesar sería difícil de llevar a la normalidad pero no me iba a importar repetirla las veces que hicieran falta ya que cada puñalada que le daba era una vez menos que tocaba a Albert y el dolor que sentiría ese ser sería mil veces mayor que el que había sentido por ultima vez. Desapareció de nuevo.
Albert había quedado arrodillado y se abrazaba a si mismo. Temblaba y su expresión era totalmente imperdonable. Nunca perdonaría a ese ser de sangre fría.
-Nunca me va a dejar en paz.-
Dijo con la mirada perdida.
-Nunca...-
Temí que esa frase fuese la respuesta correcta.
-Tengo toda una eternidad para protegerte..-
Pestañeando y girando sus dilatadas pupilas hacia mi alzo sus brazos. Le comprendí completamente y arrodillándome cual caballero por su amo le abrace. Nunca lo iba dejar solo y siempre lo iba a proteger con todas mis fuerzas.
Fin.
Próxima historia: Esclavo de tu amor.
Comentario: Pues odio el titulo.. puede que lo cambie.
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